martes, 24 de noviembre de 2015
MADRE VIEJA
LA MADRE VIEJA
En épocas no muy lejanas
se habla en Arauca de la existencia de una serpiente de siete cabezas; según la
tradición, este ofidio monstruoso tenía las cabezas en la madre vieja, que es
una laguna con vegetales y desechos en estado de descomposición, donde las
babas y otros acuáticos son mudos personajes de los grandes misterios que han
tenido lugar en ella. La punta de la cola se encuentra justamente en el altar
de la iglesia de Santa Bárbara.
Cuenta también la tradición primitivo-popular de Arauca que en el preciso momento que la
serpiente se remueva invirtiendo su posición, es decir, cuando su enorme cabeza
ocupe el lugar que tenía la cola, se produce el hundimiento de la Iglesia de
Santa Bárbara de Arauca. Para sacar la serpiente, hay que tirarle un Viernes
Santo un ramal de anzuelos con siete niños sin bautizo.
Es frecuente escuchar
decir al hombre araucano, "el forastero que bebe de las aguas de la madre
vieja se queda para siempre en Arauca. Tiene como razón destacar lo acogedora
que es esta tierra".
EL SILBON
EL SILBON
Espíritu vagabundo por matar a sus padres. Después de
asesinar a su padre, el hombre fue castigado con un mandador de pescuezo
(típico del llano), al tratar de huir fue mordido por un perro tureko, para concluir
el castigo su abuelo regó sobre sus heridas gran cantidad de aji picante. El
recuerdo y mención de lo sucedido libra a las personas de ser atacadas por este
espíritu errante conocido como el silbón.
El Silbón se presenta a los borrachos en FORMA sombrío.
Otros llaneros le dan forma de hombre alto, flaco. usa sombrero y ataca a los
hombres parranderos y borrachos, a los cuales chupa el ombligo para tomarles el
aguardiente.
La tradición explica que al llegar el silbón a una casa
en las horas nocturnas, descarga el saco y cuenta un a uno los huesos; si no
hay quien pueda escucharlo, un miembro de la familia muere al amanecer.
Otra versión dice que fue un hijo que mato a su padre
para comerle sus "asaduras". El muchacho fue criado toñeco (mimado),
no respetaba a nadie. Un día le dijo a su padre que queria comer visceras de
venado. Su padre se fue de caceria para complacerlo pero tardaba en regresar.
En vista de esto el muchacho se fue a buscarlo y al ver que no traia nada, no
habia podido cazar el venado, lo mato, le saco las visceras y se las llevo a su
madre para que las cocinara. Como no se hablandaban, la madre sospechó que eran
las "asaduras" de su marido. preguntándole al muchacho, quien confesó
la verdad.
De inmediato lo maldijo "pa to la vida". Su hermano
Juan lo persiguió con un "mandador", le sonó una tapara de ají y le
azuzó el perro "tureco" que hasta el fin del mundo lo persigue y le
muerde los talones.
LOS DUENDES
LOS DUENDES
Son ciertos espíritus
traviesos que se encargan de atormentar a las personas de cualquier edad,
especialmente a las muchachas que tienen novio. En algunos casos las picardías
no pasan de cambiar las cosas de su lugar o esconderlas; de revolcar lo que se
halla bien colocado y traer noticias. En otros casos son perversos: cuando se
la dedican a una persona o a una familia entera, van todas las noches a tirar
piedras o terrones en una forma exagerada, que parece un torrencial aguacero de
balasto.
A las jovencitas que
tienen novio y cuando éste está de visita, las fastidian con órdenes o secretos
malignos al oído, que hacen que el pobre joven se indigne y termine el noviazgo.
Si no está presente el muchacho o pretendiente, las perturban en la casa con
órdenes y consejos, hasta que logran que no se realice el matrimonio.
Durante el SUEÑO, estos
espíritus les ocasionan pesadillas, las llaman a un lugar conocido, hasta que
las tornan sonámbulas. Así han encontrado varias vagando lejos de su
residencia; van o vienen por determinado sitio sin darse cuenta ellas de tal
acto, hasta que alguno de la familia o conocido la encuentra en estado de
subconsciencia.
Son incontables los casos
que se conocen, de familias y jóvenes que han tenido que emigrar a sitios
distantes para librarse de tan fastidiosa persecución. No hay ciudad o pueblo,
donde no se hayan conocido estos desastrosos acontecimientos ocasionados por
los duendes.
En una antigua hacienda,
vivía un matrimonio con tres hijas casaderas; todas tenían novio y con
frecuencia hacían fiestas, que no eran más que simples reuniones ejemplares
donde primaban los juegos de salón o las demostraciones artísticas acompañadas
de algún instrumento.
Un sábado en que estaba
revolucionada la casa con la llegada de más invitados, en la cocina se alistaba
la preparación de ricos manjares. La servidumbre se sentía impresionada porque
nada de lo que emprendían podían realizarlo. Resolvieron llamar a la patrona
para advertirle que no se podía hacer nada, porque todo resultaba mal; que
parecía que los diablos estuvieran METIDOS allí, porque no podían realizar el
oficio que les habían asignado. La señora con las tres hijas se alarmaron más,
porque a ellas, en las habitaciones interiores les sucedían iguales cosas.
Cuando la señora entró
sola al salón, escuchó una voz tras de la puerta que decía: "...no se
afane que los invitados no vendrán. Hoy están de honras fúnebres...". Al
escuchar esto lanzó un grito la pobre señora, pero la voz se dejó oír de nuevo:
"...no se asuste, agradézcame el aviso...".
La dama no pudo más. Llamó
a sus tres hijas para contarles lo sucedido y para que le ayudaran a pensar
cómo remediaban lo acontecido. Estaban en conjeturas, cuando llegó un peón
trayendo la misma noticia que había suministrado el duende.
Apenas llegó el esposo lo
puso al corriente de los misteriosos sucesos, manifestándole mudarse
inmediatamente para el pueblo.
El trasteo se efectuó en
la semana siguiente y cuando la dueña estaba sola desempacando baúles y
petacas, escuchó tras de la puerta la misma voz que le decía: "...en que
le puedo servir?. Sabe usted... me vine entre los tremotiles del VIAJE...".
La señora asustada le pregunto: "eres un bicho, un alma en pena o que
eres?". La respuesta no se dejó esperar: "...soy tu amigo, tu fiel
compañero y servidor...".
Así un día y otro día
seguía el duende atormentando a la dama, ocasionándole un nerviosismo
desesperado. Tan pronto el esposo llegó del campo, manifestó su deseo de
trasladar toda la familia a la capital del país. El esposo algo contrariado
porque este viaje le ocasionaba pérdidas en sus negocios, ante la apremiante
situación de intranquilidad y desasosiego tuvo que acceder. Vendieron ambas
posesiones y se marcharon.
Cuentan que cuando la dama
está distribuyendo los muebles y demás enseres del equipaje, la voz volvió a
atormentarla en una FORMA tan pertinaz que ya no tuvo alientos de LUCHAR y
enfermó.
Las hijas alarmadas
llamaron al cura de la parroquia para que fuera a bendecir la casa y hacer
exorcismos. Dicen que fue la única forma de librarse de los tormentos del
duende.
EL MOHAN
EL MOHAN
En algunas regiones le
dicen Poira. Dicen que es un personaje monstruoso, cubierto de pelaje
abundante, que más parece que estuviera envuelto en una luenga cabellera. Tiene
manos grandes, con uñas largas y afiladas como las de una fiera. La diversidad
de leyendas que se cuentan sobre las hazañas o artificios como actúa,
constituyen una riqueza folclórica para esta tierra tolimense.
Los pescadores lo
califican de travieso, andariego, aventurero, brujo y libertino. Se quejan de
hacerles zozobrar sus embarcaciones, de raptarles los mejores bogas, de
robarles las carnadas y los anzuelos; dicen que les enreda las redes de pescar,
les ahuyenta los peces, castiga a los hombres que no oyen misa y trabajan en
día de precepto, llevándoselos a las insondables cavernas que posee en el fondo
de los grandes ríos.
Las lavanderas le dicen
monstruo, enamorado, perseguidor de muchachas, músico, hipnotizador, embaucador
y feroz. Cuentan y no acaban las hazañas más irreales y fabulosas.
Sobre su aspecto físico,
varían las opiniones según el lugar donde habita.
En la región del sur del
Magdalena, comprendida entre los ríos Patá y Saldaña, con quebradas, moyas y
lagunas de Natagaima, Prado y Coyaima, hasta la confluencia del Hilarco, como
límite con Purificación, los ribereños le tienen un pánico atroz porque se les
presenta como una fiera negra, de ojos centelleantes, traicionero y receloso.
Siempre que lo veían, su
fantasmal aparición era indicio de males mayores como inundaciones, terremotos,
pestes, etc. Poseía un palacio subterráneo, tapizado todo de oro, donde
acumulaba muchas piedras preciosas y abundantes tesoros; hacía las veces de centinela,
por eso no quedaba tiempo para enamorar.
En la región central del
Magdalena, desde Hilarco, en Purificación, hasta Guataquicito en Coello, los
episodios eran diferentes. Allí se les presentaba como un hombre gigantesco, de
ojos vivaces tendiendo a rojizos, boca grande, de donde asomaban unos dientes
de oro desiguale; cabellera abundante de color candela y barba larga del mismo
color. Con las muchachas era enamoradizo, juguetón, bastante sociable, muy
obsequioso y serenatero.
Perseguía mucho a las lavanderas
de aquellos puertos, como en la Jabonera, la Rumbosa, el Cachimbo, Etc. A la
manera de un hombre rico, con muchos anillos, que al enamorarse de la muchacha
más linda de la ribera, la llevaba a la cueva subterránea donde tenía otras
mujeres con quienes jugaba y sacaba a la playa en noches de luna. Muchos
pescadores aseguran que oían sus risotadas y griterías.
Bogas, pescadores y
lavanderas lo vieron infinidad de veces en la playa pescando, cocinando,
peinándose; o bajar en una balsa, bien parado, por "la madre del río"
tocando guitarra o flauta.
Entre Guataquicito y Honda
las versiones son distintas: allí era muy sociable. Se presentaba a veces como
un hombre pequeño, musculoso, de ojos vivaces; entablaba charla con los bogas,
salía al mercado a hacer compras, solía parrandear con los mercaderes, pero
luego desaparecía sin dejar huella. En guamo, Méndez, Chimbimbe, Mojabobos,
Bocas de Río Recio, Caracolí y Arrancaplumas lo vieron arreglando atarrayas,
fumando tabaco, cantando y tocando tiple. En noches de tempestad lo han visto
pescando y riendo a carcajadas.
Algunos ribereños aseguran
que existe la Mohana, pero no como consorte del Mohán, sino como personaje
independiente. Comentan que ésta no es feroz, ni les hace travesura en los
ríos; lo único que le atribuyen es que se rapta a los hombres hermosos para
llevarlos a vivir con ella en una cueva tenebrosa.
LA PATA SOLA
LA PATA SOLA
Habita entre la maraña
espesa de la selva virgen, en las cumbres de la llanura. Con la única pata que
tiene avanza con rapidez asombrosa. Es el endriago más temido por colonos,
mineros, cazadores, caminantes, agricultores y leñadores.
Algunos aventureros dicen
que es una mujer bellísima que los llama y los atrae para enamorarlos, pero
avanza hacía la oscuridad del bosque a donde los va conduciendo con sus miradas
lascivas, hasta transformarse en una mujer horrible con ojos de fuego, boca
desproporcionada de donde asoman unos dientes de felino y una cabellera corta y
despeinada que cae sobre el rostro para ocultar su fealdad.
En otras ocasiones, oyen
los lamentos de una mujer extraviada; la gritan para auxiliarla, pero los
quejidos van tornándose más lastimeros a medida que avanza hacia la víctima y
cuando ya está muy cerca, se convierte en una fiera que se lanza sobre la
persona, le chupa la sangre y termina triturándola con sus agudos colmillos.
La defensa de cualquier
persona que la vea, consiste en rodearse de animales domésticos, aunque
advierten que le superan los perros, calificándolos a todos como animales
"benditos".
Se dice que este personaje
fue inventado por los hombres celosos para asustar a sus esposas infieles,
infundirles terror y al mismo tiempo, reconocer las bondades de la selva.
Cuentan que en cierta región del Tolima Grande, un arrendatario tenía como
esposa una mujer muy linda y en ella tuvo tres hijos.
El dueño de la hacienda
deseaba conseguirse una consorte y llamó a uno de los vaqueros de más confianza
para decirle: "...vete a la quebrada y escoje entre las lavanderas la
mejor; luego me dices quién es y cómo es...". El hombre se fue, las
observó a todas detenidamente, al instante distinguió a la esposa de un vaquero
compañero y amigo, que fuera de ser la más joven, era la más hermosa. El
vaquero regresó a darle al patrón la filiación y demás datos sobre la mejor.
Cuando llegó el tiempo de
las "vaquerías", el esposo de la bella relató al vaquero emisario sus
tristezas, se quejó de su esposa, pues la notaba fría, menos cariñosa y ya no
le arreglaba la ropa con la misma asiduidad de antes; vivía de mal genio, era
déspota desde hacía algunos días hasta la fecha. Le confesó que le provocaba
irse lejos, pero le daba pesar con sus hijitos.
El vaquero sabedor del
secreto, compadecido de la situación de su amigo, le contó lo del patrón,
advirtiendo no tener él ninguna culpabilidad.
El entristecido y
traicionado esposo le dio las gracias a su compañero por su franqueza y se fue
a cavilar a solas sobre el asunto y se decía: "...si yo pudiera
convencerme de que mi mujer me engaña con el patrón, que me perdone Dios,
porque no respondo de lo que suceda...". Luego planeó una prueba y se
dirigió a su vivienda. Allí le contó a su esposa que se iba para el pueblo
porque su patrón lo mandaba por la correspondencia; que no regresaba esa noche.
Se despidió de beso y acarició a sus hijos. A galope tendido salió por diversos
lugares para matar el tiempo. Llegó a la cantina y apuró unos tragos de
aguardiente. A eso de las nueve de la noche se fue a pie por entre el monte y
los deshechos a espiar a su mujer.
Serían ya como las diez de
la noche, cuando la mujer, viendo que el marido no llegaba, se fue para la
hacienda en busca de su patrón. El marido, cuando vio que la mujer se dirigía
por el camino que va al hato, salió del escondite, llegó a la casa, encontró a
los niños dormidos y se acostó. Como a la madrugada llegó la infiel muy
tranquila y serena. El esposo le dijo: De donde vienes?. Ella con desenfado le
contestó: de lavar unas ropitas. De noche???, corto el marido.
A los pocos días, el
burlado esposo inventó un nuevo viaje. Montó en su caballo, dio varias vueltas
por un potrero y luego lo guardó en una pesebrera vecina. Ya de noche, se vino
a pie para esconderse en la platanera que quedaba frente a su rancho. Esa noche
la mujer no salió pero llegó el patrón a visitarla. Cuando el rico hacendado
llegó a la puerta, la mujer salió a recibirlo y se arrojó en sus brazos
besándolo y acariciándolo.
El enfurecido esposo que
estaba viendo todo, brincó con la peinilla en alto y sin dar tiempo al
enamorado de librarse del lance, le cortó la cabeza de un solo machetazo. La
mujer, entre sorprendida y horrorizada quiso salir huyendo, pero el energúmeno
marido le asestó tremendo peinillazo al cuadril que le bajo la pierna como si
fuera la rama de un árbol. Ambos murieron casi a la misma hora.Al vaquero le
sentenciaron a cárcel, pero cuando salió al poco tiempo, volvió por los tres
muchachitos y le prendió fuego a la casa.
Las personas aseguran
haberla visto saltando en una sola pata, por sierras, cañadas y caminos,
destilando sangre y lanzando gritos lastimeros. Es el alma en pena de la mujer
infiel que vaga por montes, valles y llanuras, que deshonró a sus hijos y no
supo respetar a su esposo.
EL HOMBRE CAIMAN
EL HOMBRE CAIMAN
El hombre caimán es una
leyenda de la costa norte de Colombia. La popularísima canción colombiana
"Se va el caimán" de Crescencio Salcedo, también tiene su origen en
este relato.
Este
es el caimán, este es el caimán,
Que
dice toda la gente.
Este
es el caimán, este es el caimán,
Un
caimán inteligente.
Sí, mi amigo. Esta
historia empezó aquí mismo. Y el que es hoy el hombre caimán se sentaba allí,
donde está usted ahora dispuesto a tomarse un vaso de ron, un queso y por
último, su plato de arroz con coco.
Miraba siempre hacia la
orilla opuesta del río y cuando adivinaba la presencia de alguien al otro lado,
apuraba su arroz y desaparecía en el agua. ¿Que por qué hacía todo esto? No se
desespere, amigo, termine de tomarse su ron y escuche, que este cuento apenas
lo empiezo.
una historia de amor, como todas, con la
diferencia que el hombre salió mejor librado que cualquiera, a pesar de todas
las adversidades. Así que si va a pedir otro trago, hágalo de una vez, que yo
aquí empiezo mi relato y no paro hasta el final.
Un hombre, alegre y
despreocupado, viajaba continuamente de Pinillos a Magangué vendiendo toda
suerte de alimentos y frutas hermosas. A grandes voces y en medio del jugueteo
entre él y las gentes de por aquí, el hombre divertía a todos con sus historias
absurdas de cómo adquiría los productos, hasta el punto de convencer a los
compradores de que lo que se llevaban eran objetos maravillosos.
Una tarde, mientras
anunciaba a gritos la venta de unas naranjas que, según él, poseían las
esencias del amor eterno, descubrió para su fortuna la presencia de una bella
mulata con el pelo recién enjuagado que caminaba despreocupada. El hombre
entabló conversación con la muchacha y rápidamente, ambos se vieron
profundamente atraídos.
Ella se llamaba Roque Lina
y era la hija de un severo e inabordable comerciante de arroz. Sus hermanos,
que jugaban el secreto papel de vigilantes de los pasos de la muchacha, al
darse cuenta de que Roque Lina era atraída cada vez más por las frases pomposas
del hombre, dieron la voz de alarma a su padre.
Así pues, amigo, cuando el
hombre apareció como de costumbre con sus alaridos y sus productos de otro
mundo y se precipitó feliz a saludar con canciones a su querida Roque Lina, se
encontró frente a la presencia poco amable de su imposible suegro. “Aquí el que
vende soy yo”, le dijo tajantemente el padre. “Y mi hija no es arroz. Así que
puede irse con su música a otra parte, antes de que tengamos problemas. ¡O yo
no sé!”. Y sin agregar una palabra más, tomó a Roque Lina del brazo y la
arrastró con él.
Fue desde ese momento
cuando el hombre empezó a venir todos los días a esta tienda, a pedir el mismo
ron, el mismo queso y el mismo arroz con coco y a mirar hacia el río. ¿Por qué?
Rápidamente lo fui entendiendo: aquí los hombres se bañan en esta orilla. Hacia
la mitad de la corriente hay un remolino y al otro lado se bañan las mujeres.
Asimismo, aquí la gente va a la necesidad en el agua y se cobra un centavo por
todo. ¿Qué pasaba? Pues nada más que el hombre se había puesto de acuerdo con
Roque Lina para que cuando ella fuera a bañarse, él atravesara el río a nado y
fuera a visitarla.
Usted estará preguntando
cómo haría el hombre para atravesar aquel remolino, que a primera vista se
adivina no apto para seres humanos. Pues aquí es donde reside el secreto de la
historia. El hombre terminaba de comerse el arroz, se metía al agua y poco a
poco, su cuerpo se iba corrugando, sus brazos se encogían en pequeñas patitas,
sus piernas se unían en una agitada cola y cada uno de los granitos de arroz
que se había comido se iban transformando en una hilera de dientes filudísimos,
hasta quedar convertido en un expertísimo caimán nadador.
Así el hombre caimán
atravesaba ágilmente el remolino y luego de violentos chapoteos, lograba llegar
hasta donde Roque Lina, quien ansiosa lo esperaba para ir a descubrir con él
las profundidades secretas del río. El hombre venía aquí a diario, bebía y
comía su eterna ración y se lanzaba en su viaje reptil donde su amada Roque
Lina. Esta visita permanente fue poniendo alerta a todos los pescadores de la
zona.
Una mañana, uno de los
hermanos de Roque Lina alcanzó a percibir la cola desenfrenada del hombre
caimán rompiendo el remolino y de inmediato dio la voz de alarma. Todos los
pescadores de Magangué se dieron a la caza del caimán. Pero cualquier esfuerzo
era inútil. Mientras más obstinados eran los hombres tratando de aniquilar al
animal, más ágil se volvía el hombre para llegar hasta la orilla de Roque Lina.
Tómese el otro roncito,
amigo, que esta historia ya se precipita a su final y tiene que prepararse para
lo que sigue. ¿Me va siguiendo….?
El papá de Roque Lina,
hombre ostentoso y sediento de fabricarse su propio orgullo, ubicó con
exactitud el sitio por donde el caimán solía nadar y organizó un cerco para
atraparlo.
Una mañana, un buen número
de pescadores navegaron afanosamente por estos parajes, buscando sin descanso
al caimán, comandados por el padre de Roque Lina. Mientras esto sucedía, el
hombre de nuestra historia, sentado allí donde usted está, terminó su ron, su
queso y su arroz y se fue de aquí. ¿Hacia dónde iba si todos lo buscaban? Luego
lo supe: el muy vivo se echó al agua mientras todos estaban en su búsqueda,
nadó agitadamente hasta el barco del papá de Roque Lina y de una, se devoró
todo el arroz que encontró. Acto seguido, buscó a su amada que dormitaba en el
muelle. Suavemente la acomodó sobre su espalda y sin despertarla, se alejó con
Roque Lina en silencio.
Nunca volvió a saberse de
ellos. Pero, desde ese día, todos los hombres de por aquí esconden temprano a
sus mujeres y se apuran a comerse todo el arroz que tengan en la olla, antes de
que el hombre caimán venga y haga desaparecer mujer y granos.
Este es más o menos el
cuento, amigo. Lo bueno es que por aquí, desde esos días, se canta un merengue
que dice:
Esta
mañana, temprano,
Cuando
bien me fui a bañar,
Vi
un caimán muy singular
Con
cara de ser humano.
Ya se da cuenta por qué
es. Lo único que no puedo brindarle, amigo, es su plato de arroz con coco. Por
estos días, no sé por qué, ha estado escaso por aquí. Pero. . . ¿no quiere que
le cuente otra historia?
LA MUELONA
LA MUELONA
Dicen que es una mujer
bonita de largos cabellos, ojos electrizantes, una dentadura como de fiera que
destroza fácilmente lo mismo a un ser humano que a una vaca o un caballo. Como
la dentadura la exhibe siempre, parece que estuviera continuamente riéndose. Prorrumpen
unas carcajadas estridentes y destempladas, haciendo estremecer la zona donde
se halle.
Las horas preferidas para
salir a los caminos son: de las seis de la tarde a las nueve de la noche. A los
caminantes se les aparece a la orilla del sendero o contra los troncos de los
árboles añosos, a manera de una mujer muy atractiva y seductora, pero que al
estar unidos en estrecho abrazo, los tritura ferozmente.
Casi siempre persigue a
los jugadores empedernidos, a los infieles, alcohólicos, perversos y adúlteros.
Los campesinos dicen que los hogares que se libran de ella, son los que tienen
niños recién nacidos o mujeres que van a ser madres.
Cuentan los cronistas que
en la época de la Colonia se diseminaron por el país las mujeres españolas, que
aunque muchas eran buenas, el resto era de pésimos antecedentes. Algunas de
estilo gitano eran perversas, corruptoras que ocasionaron perjuicios
lamentables a familias modestas, engañando niñas inocentes y arruinando a
hombres que poseían cuantiosas fortunas.
Una de ellas, "la
Maga" estableció su negocio resolviendo consultas amorosas, arreglando, o
mejor, desbaratando matrimonios, echando el naipe, leyendo las líneas de la
mano, en fin, todo lo que fueran artimañas. Cuando conoció mucha gente y tenía
mucha clientela, ensanchó el negocio con una casa de diversión; allí
conquistaba cándidas palomas y limpiaba el bolsillo de altos representantes del
rey de España, no dejando de lado "los criollos" más adinerados.
La suma de atrocidades
cometidas por la pérfida mujer fueron incontables. Ella enseñó a las jóvenes a
evitar la maternidad; cayó la ruina en centenares de hogares; se agotaron
ingentes fortunas y vino como consecuencia la depravación, las enfermedades
venéreas y esposas abandonadas.
Cuando murió la disoluta
"maga", la casa se llenó de un olor nauseabundo, hasta el punto de
tener que abandonarla de inmediato.
Una de las mujeres
preferidas por la muerta se arriesgó a quedarse aquella noche para recoger
algunos utensilio, trajes y joyas. Apenas apagó la bujía para acostarse, una
bandada de vampiros invadió la estancia y una voz cavernosa se oyó en el
dormitorio: "...tengo que vengarme de los hombres jugadores y perniciosos!
malditos!, !de las mujeres livianas y descocadas! !estarán conmigo en el
infierno!,! soy la muelona!..."
La indefensa mujer no
podía prender el candil porque el aleteo de los quirópteros apagaban la yesca,
a la vez que le azotaban la cara. Ya desesperada y horrorizada salió gateando a
la calle para contar alarmada lo que acababa de presenciar.
Las autoridades tuvieron
que prender fuego a la casa maldita para dar paz y tranquilidad a los vecinos
quienes vivían inquietos y mortificados con aquella casa de escándalos y
vicios.
EL GUANDO
EL GUANDO
El Guando es una especie
de andamio hecho de tablas o de guadua picada, en forma de camilla cubierta por
una sábana blanca, bajo la cual se supone va el muerto. En algunas regiones le
dicen el GUANCO O BARBACOA. Este espanto va acompañado de cuatro personas, que
generalmente son los cargueros del muerto. Aparece a la orilla del camino, a la
orilla de un torrente, cerca de un pantano o entre el bosque.
Las apariciones de este
macabro espectáculo en la mayoría de las veces conmueve, no sólo por creer que
en realidad llevan al difunto por ir los familiares acompañándolo, sino por el
murmullo coral del rezo del Rosario y el Réquien por su alma.
Hace muchísimos años vivía
un hombre muy avaro, incivil, terco y malgeniado, que no le gustaba hacer obras
de caridad, ni se compadecía de las desgracias de su prójimo. Los pobres del
campo acudían a él a implorar ayuda para sepultar a algún vecino, pero
contestaba que él no tenía obligación con nadie y que tampoco iba a cargar un
mortecino. Que les advertía, que cuando él se muriese, lo echaran al río o lo
botaran a un zanjón donde los gallinazos cargaran con él.
Por fin se murió el
desalmado, solo y sin consuelo de una oración. Los vecinos que eran de buen corazón,
se reunieron y aportaron los gastos del entierro. Construyeron la camilla y
cuando lo fueron a levantar casi no pueden por el peso tan extremado.
Convinieron en hacer relevos cada cuadra, a fin de no fatigarse durante el
largo camino al pueblo. Al pasar el puente de madera, sobre el río, su peso
aumentó considerablemente, se les zafó de las manos y el golpe sobre la madera
fue tan fuerte que partió el puente y el muerto cayó a las enfurecidas aguas
que se lo tragaron en un instante.
Al momento los hombres
acompañantes bajaron a la corriente y buscaron detenidamente pero no lo
hallaron ni a él ni al andamio. Lo que sí ha quedado por el mundo es su
aparición fantasmagórica que atormenta a los vivos, haciendo estremecer al más
valiente con el ruido de los lazos sobre la madera en un continuo y rechinante
"chiqui, chiqui, chiquicha...".
Sus apariciones más
seguras se verifican en la víspera de los difuntos, o sea en las fiestas de las
Animas; en los lugares aledaños a los cementerios, causando gran pavor a la
tétrica procesión, portando sus acompañantes coronas, cirios y rezando en voz
alta: de vez en cuando se oye una voz cavernosa e imperativa que dice:
"meta el hombro compañero... ".
LA MADRE MONTE
LA MADRE MONTE
Los campesinos y leñadores
que la han visto, dicen que es una señora corpulenta, elegante, vestida de
hojas frescas y musgo verde, con un sombrero cubierto de hojas y plumas verdes.
No se le puede apreciar el rostro porque el sombrero la opaca. Hay mucha gente
que conoce sus gritos o bramidos en noches oscuras y de tempestad peligrosa.
Vive en sitios enmarañados, con árboles frondosos, alejada del ruido de la
civilización y en los bosques cálidos, con animales dañinos.
Los campesinos cuentan que
cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, estos se enturbian y
se desbordan, causan inundaciones, borrascas fuertes, que ocasionan daños
espantosos.
Castiga a los que invaden
sus terrenos y pelean por linderos; a los perjuros, a los perversos, a los
esposos infieles y a los vagabundos. Maldice con plagas los ganados de los
propietarios que usurpan terrenos ajenos o cortan los alambrados de los
colindantes. A los que andan en malos pasos, les hace ver una montaña
inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de
dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan
sino después de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una
alucinación, una vez que el camino que han trasegado ha sido el mismo.
El mito es conocido en
Brasil, Argentina y Paraguay con nombres como: Madreselva, Fantasma del monte y
Madre de los cerros.
Dicen que para librarse de
las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un
bejuco de adorote amarrado a la cintura. Es también conveniente llevar pepas de
cavalonnga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo de guayacán;
sirve así mismo, para el caso, portar escapularios y medallas benditas o ir
rezando la oración de San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los
aserríos.
EL DORADO
EL DORADO
Esta leyenda colombiana es
una de las más conocidas por su vinculación con la conquista de América. Los
conquistadores españoles buscaban un país legendario famoso por sus incalculables
riquezas (El Dorado). El origen de esta creencia reside en la ceremonia de
consagración de los nuevos Zipas.
En el hermoso país de los
Muiscas, hace mucho tiempo, todo estaba listo para un acontecimiento: la
coronación del nuevo Zipa, gobernador y cacique.
La laguna de Guatita,
escenario natural y sagrado del acontecimiento lucía su superficie tranquila y
cristalina como una gigantesca esmeralda, engastada entre hermosos cerros. Las
laderas, con tupidos helechos, mostraban botones dorados de chisacá, chusques
trenzados como arcos triunfales, sietecueros y fragantes moras. El digital,
como un hermoso racimo de campanitas, matizaba de morado el paisaje; el diente
de león, cual frágil burbuja, arrojaba al viento sus diminutos paracaídas para
perpetuar el milagro de su conservación y los abutilones de colores rojos y
amarillos sumaban al concierto de belleza natural, el diminuto y tornasolado
colibrí, su comensal permanente.
Gran agitación reinaba en
Bacatá, vivienda del Zipa; la población entera asistiría al singular
acontecimiento en alborozada procesión hasta la laguna sagrada portando
relucientes joyas de oro, esmeraldas, primorosas vasijas y mantas
artísticamente tejidas, para ofrendar a Chibchacum, su dios supremo, a la diosa
de las aguas, Badini y a su nuevo soberano.
Las mujeres habían
preparado con anticipación abundante comida a base de doradas mazorcas y del
vino extraído del fermento del maíz con el que festejaban todos los
acontecimientos principales de su vida. Todo sería transportado en vasijas de
diferentes formas y tamaños, elaboradas con paciencia y esmero por los
alfareros de Ráquira, Tinjacá, y Tocancipá y también en cestos de palma tejida.
Por fin, llegó el gran
día. El joven heredero acompañado de su séquito, compuesto por sacerdotes,
guerreros y nobleza, encabezaba la procesión. Sereno y majestuoso, su cuerpo de
armoniosas proporciones se mostraba fuerte para la guerra; su piel color canela
tenía una cierta palidez, resultado del riguroso ayuno que había realizado para
purificar su cuerpo y su alma y así implorar a los dioses justicia, bondad y
sabiduría para gobernar a su pueblo.
Marchaban al son
acompasado de los tambores, de los fotutos y de los caracoles. Lentamente, se
iban alejando de los cerros y del cercado de los Zipas, para aproximarse a la
espléndida laguna de Guatavita. Allí, con alegres cantos, la muchedumbre se
congregó para presenciar el magnífico espectáculo.
El sacerdote del lugar,
ataviado con sobrio ropaje y multicolores plumas, impuso silencio a la
población con un enérgico movimiento de sus brazos extendidos. De piel cobriza
y carnes magras por los prolongados ayunos, el sacerdote era temido y
reverenciado por el pueblo; era el mediador entre los hombres y sus dioses,
quien realizaba las ofrendas y rogativas y quien curaba los males del cuerpo
con sus rezos y la ayuda de plantas mágicas.
El futuro Zipa fue
despojado de las ropas y su cuerpo untado con trementina, sustancia pegajosa,
para que se fijara el oro en polvo con que lo recubrían constantemente.
No se escuchaba un solo
sonido; era tal la solemnidad del momento, que sólo se oía el croar de las
ranas, animales sagrados para ellos, los gorjeos de los pájaros y el veloz
correr de los venados.
El Dorado Leyenda
colombiana El ungido parecía una estatua de oro: su espléndido cuerpo
cuidadosamente cubierto con el noble metal, despedía reflejos al ser tocado por
los rayos del sol. Cuando hubo terminado el recubrimiento, subió con los
principales de la corte sobre una gran balsa oval, hecha íntegramente en oro
por los orfebres de Guatavita.
La balsa se deslizó
suavemente hacia el centro de la laguna. Fue allí cuando, después de invocar a
la diosa de las aguas y a los dioses protectores, el heredero se zambulló en
las profundidades; pasaron unos segundos en los que solamente se veían los
círculos del agua donde se había hundido; todo el pueblo contuvo la
respiración, el tiempo pareció detenerse; por fin, emergió triunfal y solemne
el nuevo monarca; el baño ritual lo consagraba como cacique.
Gritos de júbilo y cantos
acompañaron su aparición y uno a uno, los súbditos arrojaron sus ofrendas a la
laguna: figuras de oro, pulseras, coronas, collares, alfileres, pectorales,
vasijas huecas con formas humanas, llenas de esmeraldas; cántaros y jarras de
barro. El cacique, a su vez, junto con su séquito, realizó abundantes
ofrecimientos de los mismos materiales, pero en mayor cantidad.
La balsa retornó a la
orilla en medio del clamor general. Tenían ahora un nuevo cacique, quien
debería gobernar según las sabias normas del legendario antecesor y legislador
Nemequene, basadas en el amor y la destreza en el trabajo y las artesanías, en
el valor y el honor durante la guerra; en la honradez, la justicia y la
disciplina.
Se iniciaron competencias
de juegos y carreras; el ganador era premiado con hermosas mantas. Se cantó y
se bailó durante tres días seguidos, que eran los consagrados a la celebración.
Los sones de los tambores y pitos retumbaban en las montañas y centenares de
indígenas seguían el ritmo en danzas tranquilas y acompasadas, o frenéticas y
alocadas.
Pasados los días de los
festejos, de la bebida y de la comida abundante, retornó el pueblo a sus
actividades cotidianas: los agricultores a continuar vigilando y cuidando sus
labranzas; los artesanos del oro, a las labores de orfebrería; los alfareros, a
la confección de ollas y vasijas, después de buscar el barro adecuado en vetas
especiales; otros a la explotación de las minas de sal y de esmeraldas; y la
mayoría al comercio, pues era ésta su actividad principal. Las mujeres al
cuidado de los hijos, a recoger la cosecha, a cocinar, a hilar y a tejer.
Así, en este orden y
placidez transcurrirían los días, hasta que una guerra, una enfermedad o la
vejez, los privara de su monarca y fuera necesario realizar de nuevo la
ceremonia del Dorado para ungir un nuevo cacique. Este debería continuar
gobernando con prudencia y sabiduría al pueblo y su fértil y verde país,
rodeado de hermosa vegetación y de cristalinas corrientes de agua.
LA MADRE DE AGUA
LA MADRE DE AGUA
Es como una ninfa de las
aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero
hipnotizadores y una larga cabellera rubia. La característica más notoria es la
de llevar los piececitos volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo
los tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus
huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.
Cuentan los ribereños, los
pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que
los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o
deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje
tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y
piedras preciosas.
En la época de la
Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar
poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus
riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios
guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso,
arrogante y valiente, a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego
fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se
negó a contestar, no sólo por no entender español, sino por la ira que lo
devoraba.
El capitán en actitud
altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo
y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu,
mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La
hija del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus
habitaciones con ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso,
prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre,
fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo
pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el
vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e
irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y
lastimero de esa niña encantadora.
La joven española de unos
quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más
parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama
miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de
aquel ejemplar semisalvaje.
Cuando quedó libre, ella
se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por
el sendero, internándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no
entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miró en sus ojos, azules como
el cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como
la florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de
su padre lo detuvo y allí lo besó apasionadamente. Conmovida y animosa le
manifestó su afecto diciéndole! Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.
El lastimado mancebo
atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó
intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío
de otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro
materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí
vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más
alegría.
Una india vecina,
conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio,
optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero
de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la
envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados
amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río. Entretanto, el niño
le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.
El abuelo le decía al
pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que manchen mi
nobleza, tu no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que
lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados
padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal
inmenso a rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.
Vino luego el martirio del
conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la
fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba
lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y
desesperada por la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzo a la
corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en
las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y
delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura
cantarina sobre las espumas del cristal.
La linda rubia que sigue
buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA.
La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que
no ha logrado encontrar el fruto de su amor.
Por eso, cuando la
desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la fuente de
su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas
putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas
envenenadas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)